Nuestra vida es una continua
búsqueda de la felicidad; aunque solo la busquemos a ratos. Los seres humanos
somos una especie única en querer alguna cosa, pensar otra y realizar, aún,
otra más. Así, lo tenemos crudo.
Se ha hablado mucho de la
felicidad. Y las conclusiones a que se llega, generalmente, es que es un
estado; un estado pasajero. Y claro, el asunto es tener cuantos más mejor de
estos estados pasajeros. Pero mientras continuemos queriendo una cosa, pensando
otra y realizando otra, mal vamos.
Pensemos en la última vez que
nos sentimos felices. Fijémonos que fue un momento tranquilo. Seguramente justo
después de realizar una acción o actividad; posiblemente justo después de tener
una idea que nos gustó... Hay muchas cosas que nos pueden llevar a este estado.
Pero si hay alguna cosa en común es que es un estado tranquilo; de observación
y de sentir. Son unos momentos de contemplación de una experiencia vivida.
También mientras realizamos acciones, podemos llegar a sentirlo. Pero esto pasa
cuando ponemos atención en lo que hacemos; cuando nos apartamos de la acción
física para poner nuestros sentidos en sentir lo que está pasando.
Cuando podemos apartarnos de
nuestro Yo Físico, para ver las cosas desde fuera, tenemos una visión
privilegiada de sentir lo que está pasando. En este estado, tenemos la
capacidad para autoevaluarnos y sentir si lo que estamos haciendo nos será útil
o perjudicial. Y lo más curioso es que cuando hacemos este ejercicio, no hace
falta pensar. Si nos fijamos, vemos que sencillamente “lo sabemos”. Esto es así
porque nos situamos en un plano superior; un “espacio mental” que nos acerca al
pensamiento intuitivo.
Es este pensamiento intuitivo
el que nos guía para que seamos coherentes. Y por esto cuesta tanto de seguir,
ya que para acceder a él, conscientemente, hay que hacer un trabajo que nadie
nos ha enseñado.
Y mira que lo tenemos cerca...
justo dentro de nosotros... Pero no sabemos como llegar a él (a menos que se
trabaje). Tenemos dentro todas las normas que el instinto nos regala para
desarrollar hábitos naturales y saludables. Pero como seres humanos
civilizados, alejada de esa mente instintiva por la habitual inatención, no
puede beneficiarse de la sabiduría natural y sucumbe a trastornos y
enfermedades causados por hábitos nocivos y antinaturales. Resultados que, de
vivir con la mente más abierta y receptiva, hubiera perfectamente podido
evitar.
Para cambiar estas tendencias
es muy aconsejable poner atención a todo lo que se hace; sentir lo que se está
haciendo. Sólo así sabremos si lo que hacemos nos hará felices o no. Si es algo
que queremos, que estamos pensando y que estamos haciendo. La coherencia entre
lo que sentimos y lo que hacemos nos traerá momentos que nos llenaran de júbilo
y nos acercaran a nuestra naturaleza; esa que nos llevará siempre por el buen
camino.
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